Sierra Espuña Viva

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Los Pozos de la Nieve

Entre los muchos atractivos que esta Sierra tiene destacan por su singularidad, majestuosidad e importancia los ¨los pozos de la nieve¨.

Estas viejas construcciones, situadas en la vertiente meridional del Morrón de Espuña, a 1.300 m. de altitud, están agrupadas en dos núcleos, distantes entre sí unos 500 m, que en su época constituyeron una importante industria basada en la recolección, almacenamiento y comercialización de dicho producto. Ésta fue una actividad económica muy importante en España durante toda la Edad Moderna, que tiene hoy en día aquí su testimonio más relevante debido a la importancia, volumen y estado de conservación de los restos que en Sierra Espuña se pueden visitar y contemplar.

Los inicios de este ¨gran complejo industrial de la nieve¨ datan de la segunda mitad del siglo XVI, aunque su verdadero auge se produjo durante los siglos XVII y XVIII. Según la documentación conservada, en 1688 ya había construidos en Sierra Espuña 18 pozos que pertenecían a diferentes propietarios, aunque en su inmensa mayoría eran de propiedad municipal de la villas y ciudades vecinas. En ese momento la ciudad de Murcia tenía 7 pozos, más unos edificios anexos destinados a casa del guarda y albergue para los obreros. Cartagena tenía tres y una casa para el guarda. Orihuela era dueña de dos y Lorca de uno. También había instituciones religiosas y vecinos particulares que en esos momentos ya tenían aquí pozos. En ese momento la ciudad de Murcia tenía 7 pozos, más unos edificios anexos, destinados a casa del guarda y albergue para los obreros. Cartagena tenía 3 pozos y una casa para el guarda. Orihuela era dueña de dos y Lorca de uno. También había instituciones religiosas y vecinos particulares que en esos momentos ya tenían aquí pozos. Entre las primeras estaba las del Cabildo de Catedral de Murcia (que tenía pozo y ermita). Entre los segundos había dos pozos de propiedad de vecinos de Totana y otro era de un vecino de Alhama.

Este comercio experimentó un gran auge durante todo el siglo XVII que acabó por estancarse en los años iniciales de la centuria siguiente, para volverse a reactivarse a partir de 1750. Entre esta fecha y 1800 se construyeron cinco pozos más, que con los ya existentes, completaron los 23 que formaban este gran ¨complejo blanco¨. Durante el siglo XIX, se inicia y desarrolla una profunda crisis en el sector que tuvo como consecuencia el abandono de la explotación en algunos de ellos y a partir de 1850 esta decadencia se agudiza, adquiriendo matices que anunciaban su fin. El cierre definitivo de todos los pozos tuvo lugar en torno a la década de los 30 del pasado siglo y ello se produjo porque debido a lo aleatorio y laborioso de estas explotaciones, no fueron capaces de competir con las enormes ventajas que, frente a ellas, ofrecía al frío industrial, más seguro y mucho más barato.

Desde el punto de vista arquitectónico los pozos consisten en grandes hoyos de forma cilíndrica recubiertos en su interior de un grueso muro de piedra enlucido con mortero de cal. El fondo era de materiales permeables y tiene una leve inclinación, para favorecer la evacuación del agua procedente del deshielo. Estaban cubiertos por una falsa cúpula hecha por aproximación de hiladas de ladrillo. Para conseguir  que el calor del verano afectara lo menos posible al hielo, disponían de una serie de orificio que se abrían y cerraban a voluntad, a través de los cuales conseguían la circulación del aire. A nivel del suelo, tenían puertas por las que se accedía a su interior para las tareas de llenado y vaciado. Sus dimensiones son variables y oscilan entre los diez y quince metros de profundidad y los doce y catorce metros de diámetro, lo que les daba una capacidad media en torno al millón de kilos.

 Los trabajos de recolección  y llenado se iniciaban tras la caída de las primeras nieves. Cuando esto sucedía, empezaba hacia la Sierra  un intenso éxodo de trabajadores procedentes de los pueblos limítrofes a través de una serie de veredas difíciles y peligrosas. Dentro del limite o raso señalado para cada pozo, la nieve era recogida con palas o azadones y transportada en grandes capazos hasta su interior, donde se vertía para posteriormente esparcirla, emparejarla y apisonarla con mazos. Los trabajadores debido a lo duro de la faena, se debían de organizar por turnos. Como medida para retrasar el proceso de fusión, cuando se encerraba la nieve, se aislaba de las paredes por medio de ¨matas¨, las mismas que se colocaban en capas, intercaladas entre el producto, para facilitar las labores de extracción.

Las condiciones de este trabajo eran extremadamente duras, ya que a la crudeza del invierno, había que sumar la escasez de recursos para combatirlo y la urgencia de recoger el producto antes de que pereciera,  lo que hacia que se trabajara en condiciones pésimas  y con un margen de tiempo muy corto. Los operarios subían con un contrato que les obligaba a trabajar de sol a sol y sólo se les pagaba el salario correspondiente a los días trabajados. Un retrato de las penurias a las que estaban sometidos lo encontramos en el pleito que sigue la ciudad de Murcia contra los obreros de sus pozos en 1799 y que estuvo motivado por el hecho de que abandonaron la Sierra porque un temporal les impedía trabajar: ¨estuvieron sin trabajar dos días o día y medio y viéndose calados de agua y nieve sus ropas, llenos de piojos y sin poder continuar el trabajo por el temporal, decidieron bajar para volver al trabajo mudados y enjutos de sus ropas¨. Como recompensa a lo duro del trabajo y a las muchas penalidades que pasaban, recibían un salario que era el doble que él de cualquier peón agrícola de la zona.

Una vez almacenada la nieve, los trabajadores de bajaban y no volvían a subir hasta que empezaban los rigores del calor; entonces se procedía a su extracción y posterior transporte hasta los puntos de venta, trabajos que coincidían con la época de mayor consumo y que se prolongaban desde mayo hasta septiembre. La nieve se extraía a golpe de pico y resultaba una tarea extraordinariamente penosa, habida cuenta que en muchos casos llevaba años almacenada y había sufrido un largo proceso de endurecimiento. lo que le obligaba a picar mucho y fuerte para poder extraerla. A continuación había que subirla hasta la superficie. Según Horacio Capel: ¨dicha operación se realizaba utilizando garruchas suspendidas de las cúpulas o de tablones sujetos en las puertas. Una ver fuera del pozo, se volvía a golpea nuevamente en unas prensas especiales, con objeto de unirlas y construir grandes bloques de hielo. Eran estos los que, debidamente liados en mantas o sacos y cubiertos con paja para que no les diera el viento, se cargaban sobre las bestias que habían de transportarlos¨. Mientras duraba la estancia de los obreros en la sierra, su manutención de los arrendadores que los alimentaban con un menú monótono y calórico, a base de sardinas, o en su defecto bacalao, ajos, pimientos, pan y vino.

Durante el transporte del producto, éste experimentaba grandes pérdidas por fusión que según cálculos estimativos, podían oscilar entre el 8 % hasta Totana y un 35 % hasta  Mucia.

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